EL INFIEL

Las estrellas palpitaban en el éter, cuando el objeto cristalino golpeó con violencia el cráneo de Raúl Pellegrini que se desplomó como un castillo de naipes en su habitación, luego del proyectil disparado por el revólver calibre veintidós, le atravesó el cuerpo óseo del parietal izquierdo, produciéndole un orificio del cual brotó abundante sangre y masa encefálica.
La policía llegó después de ser advertida por una anónima llamada telefónica, realizada por una temblorosa voz masculina.
El lugar no presentaba signos de lucha, todo ocupaba el lugar que le correspondía, pero una de las paredes estaba decorada con sanguinarios lunares rojos y tibios.
Al principio, los vecinos no prestaron colaboración alguna a la ley, no se podría esperar otra cosa de ese grupo de individuos que tenía todo para ocultar.
Luego de una ardua labor de investigación que duró unas semanas, Iván Fuentes, un hombre al que los años se le notaban y que era pastor de una iglesia evangélica, fue acusado y detenido por el homicidio.
Todas las pruebas presentadas, en su mayoría testimoniales, daban cuenta de su culpabilidad.
Aunque los miembros de su congregación defendieron su inocencia, apelando a su conducta moral y a su principio religioso, algunos testigos afirmaron haberlo visto ingresar y permanecer durante varias horas en el domicilio de la víctima.
El acusado declaró que no se hallaba en la ciudad en el momento en que se presume ocurrió el horrendo homicidio, y se había encontrado con Pedro Falcón en una ciudad vecina.
Marisel García una joven y hermosa mujer de cabellos rubios y ojos marinos, cónyuge de Iván Fuentes, ratificó los dichos de su esposo y lloró desconsoladamente cuando le realizaron un sinnúmero de preguntas sobre la víctima, tratando de probar la culpabilidad del detenido.
Existían rumores de que el matrimonio Fuentes estaba pasando por un período problemático, y los comentarios de que ella lo engañada se hacían cada vez más fuertes.
El oficial Francisco Peralta comentó en un bar a sus compañeros, que la cuartada presentada por el pastor no tenía sustento, pues no existía prueba alguna del viaje ni de la existencia del tal Falcón, y dejó oír su risa burlona, cuando uno de sus amigos imitó los ademanes de Iván Fuentes.
La comunidad quedó conmocionada por las características de este asesinato. En el informe policial se detallaba la escena del crimen: "La víctima, Raúl Pellegrini, fue encontrada en paños menores, a orillas de su cama, con signos de haber sido golpeado con un objeto contundente (las posteriores pericias confirmaron que dicho objeto fue un gran cenicero de vidrio adornado con figuras eróticas) y que luego le dispararon, cuando yacía en el suelo."
No se pudo averiguar mucho de la vida de la víctima; se supo que era peruano, de treinta años de edad, se confirmó que se había relacionado con varias mujeres de la comunidad aunque también se lo había visto en compañía de algunos hombres de mala reputación; era un individuo que no tenía familia, ni amigos y que vivía en la marginación. Desde que se incorporó a la congregación de la iglesia evangélica su vida había cambiado, sumergiéndose en el recato y la oración.
Cuando el abogado del pastor Fuentes presentó a un señor de apellido Falcón, causó una gran sorpresa, ya que éste afirmó haber estado con el acusado en una ciudad vecina en el momento en que ocurrió el hecho. El retraso en su declaración fue justificado por haberse ausentado del país, ya que había viajado a Uruguay por razones de trabajo, inmediatamente después del encuentro.
Iván Fuentes fue liberado un día frío y gris, en horas de la tarde. Sólo su abogado fue a esperarlo a la alcaldía para trasladarlo a su hogar.
En su mente se agitaron tormentoso pensamientos. Un dolor parecido a la culpa torturaba su alma.
Las relaciones con su mujer no estaban nada bien. Sabía, con toda seguridad, que ella lo engañaba desde hace mucho tiempo, pero esto poco le importaba. Él también había encontrado otro amor, alguien que modificó su vida y se había transformado en la razón de su existencia, en su tesoro más preciado. Por eso sufría angustiosamente, desde que se enteró que esa otra persona, a la cual amaba con toda su fuerza, también lo engañaba.
Una nube negra oscureció su mente. Temía que esa carta oculta, que lo comprometía y delataba su culpabilidad, haya sido descubierta en el tiempo que permaneció entre las tétricas rejas. Se preguntaba por qué la había guardado, por qué no la arrojó en las fauces purificadoras del fuego.
Bajó resignado del auto y se despidió con una voz entrecortada.
Cuando abrió la puerta de su casa el tiempo se detuvo. La escena fue atroz. Su mujer lo esperaba con la carta en la mano, la firma de Raúl Pellegrini escurría sangre.
-Él era mío- dijo ella.
Al fogonazo, le siguió el sonido del disparo.

Dante Emilio Borelli

2° Mención Especial
Certamen Literario Provincial
“Alfredo Veiravé”
- Año 2002 -