ESPÍRITU DE LA FLORESTA

Entro corriendo desesperadamente en el sendero, que el comienzo es angosto, pero después se amplifica extraordinariamente. El bosque es oscuro y lo conozco a la perfección.
Me persiguen, otra vez, como tantas otras veces y tantos otros. Siento que no podré descansar nunca.
Corro entre los árboles, cambio de senderos, camino silenciosamente por el bosque sin ningún rumbo fijo.
Tengo un mapa mental, sé a donde voy y ni siquiera tengo que pensarlo.
Esta vez estoy atrapado, los oigo correr muy cerca cuando el latir de mi corazón y mi respiración irregular me lo permiten.
Me enfrentaré al enemigo, dejaré de huir, estoy demasiado cansado y soy demasiado viejo para estos menesteres...
Me preparo para emboscarlos, son dos hombres de mediana estatura, uno viene vestido con harapos y el otro parece estar habituado a la ciudad. Creo que si soy veloz y puedo sorprenderlos, me libraré de ellos.
Este árbol corpulento, con su tronco rugoso, sus líquenes y sus ramas bajas, es el lugar perfecto para lograr mi cometido.
Escucho sonidos a mis espaldas. Un temblor irregular recorre mi cuerpo pero estoy acostumbrado a él, he huido tantas veces que ya no le presto la menor atención.
Una mariposa se posa junto a mí, desprevenida, absorta en su realidad, en su tiempo que no es igual al mío.
El árbol junto al que estoy no me protege.
Giro estrepitosamente, decidido a todo. Una hoja acaricia mi cuello.
La detonación feroz aturde mis oídos y por un instante mis ojos se cubren de sombras, pero es un instante, un parpadeo de tiempo, apenas un minúsculo lapso de realidad perdida.
Otra vez corro por los senderos, más rápido, más rápido, como si tuviera alas, como si nada se interpusiera en mi camino.
Cambio de dirección, salto, giro, trato de perderme en la espesura que es mi refugio y mi salvación.
Ya nadie me persigue, no escucho sus pasos, ni sus susurros, ni huelo su fragancia de cazadores furtivos, de miserables que gozarían hasta el éxtasis con mi muerte.
No puedo creer que los haya perdido.
¿Soy libre al fin?
Mi garganta seca me sugiere la frescura del agua. Aquí, en el bosque, puedo encontrar todo lo que requiero para satisfacer mis necesidades de supervivencia.
Conozco a la perfección este lugar, sé donde encontrar cada cosa que precise.
Me acerco al cristalino líquido que pacíficamente reposa en el pequeño lago.
Mi cuerpo no se refleja en el agua, mi figura no aparece como otras veces en el espejo acuífero.
Alguien o algo me dicta que vuelva sobre mis pasos, es una voz inalcanzable que influye un deseo aberrante.
Entro en el bosque, recorro los caminos, los senderos angostos, cada árbol, cada bifurcación.
Encuentro a mis enemigos, me oculto en las sombras, cargan un cuerpo destrozado, ensangrentado.
De pronto todo se devela, la certeza de la muerte me invade, sé que jamás abandonaré este bosque y seré un espíritu más de los que lo habitan.
Mi sangre baña las manos de los hombres, mientras mis pequeños cuernos se traban en una rama.

Dante Emilio Borelli

Certamen Literario Provincial
“Alfredo Veiravé”
- Año 2002 -
1º Premio