(set: $typewriterText to "Un cuento de Dante Emilio Borelli")
(text-style:"buoy")[
## [[EL RINCÓN DEL DIABLO]](text-style:"blink")[👈]
]
<span id="nombre_dante">
{
(set: $typewriterPos to 1)
|typewriterOutput>[]
(live: 120ms)[
(append: ?typewriterOutput)[(print: $typewriterText's $typewriterPos)]
(set: $typewriterPos to it + 1)
(if: $typewriterPos is $typewriterText's length + 1)[
(stop:)
]
]
}
</span>
<span id="del_libro">Del libro <cite>El Rincón del Diablo</cite> - <code>ISBN 978-987-05-2714-5</code> </span>
Don Eulogio, el dueño del almacén de ramos generales llamado “El Hachero”, me dijo que esa tarde Francisco entró por la puerta de su negocio, lleno de polvo y con una mirada blanca. Dijo que Francisco dio un paso, con el que traspuso el umbral de la puerta, para luego caer arrodillado y quedar tendido boca abajo en el piso.
[[La impresión]]
La impresión que tuve de aquel lugar ha quedado grabada en mi memoria; el piso de ladrillos gastados, con sus bordes redondeados y húmedos; las ventanas y sus rejas oxidadas, los estantes amurados a las paredes, polvorientos; la luz tenue entre las sombras. Todo el clima del lugar era algo espectral. Cuando uno entraba, lo primero que veía era a Don Eulogio apoyado en el mostrador.
[[Me dijo...]] (pistas)
[[Salí cargando tristezas.]]
“Se lo digo a usted que es su hermano”, dijo Don Eulogio, “... yo lo conocí poco a Francisco, pero nunca supe que haya hecho enemigos o haya tenido problemas por aquí...”
[[Siguió...]]“El pedazo de chapa le flameaba en la espalda, como una aleta de pescado”, me dijo,”... vino a caballo desde la casa hasta acá, casi dos kilómetros, con la chapa clavada en la espalda...”
[[Después...]](align:"=><=")[“Después llegó la policía, y nada, dijeron que fue un accidente de trabajo... accidente de trabajo, ¡vamos...! ¿Cuándo se vio que alguien, trabajando, se clave un pedazo de chapa en la espalda?”
Mientras decía esto, Don Eulogio, estaba tenso y realizaba cambios en el volumen y en el tono de voz. Con su boina gris, su cabello canoso y sus arrugas, parecía un retrato humorístico del invierno.]
[[Concluyó...]]“A su hermano lo enterramos en el cementerio del pueblo, nosotros guardamos sus cosas y cerramos la casa; claro, como no sabíamos que tenía un hermano... Don Francisco era muy reservado, no hablaba mucho... Al caballo y a las siete vacas, se las llevó el comisario para pagar lo del entierro y los gastos administrativos...”
[[Salí cargando tristezas.]] Subí al auto y dejé atrás el almacén “El Hachero” y a su propietario, para llegar luego a la casa de mi hermano, donde desde hacía tres días yo vivía y lo había llorado, recordándolo.
[[Pequeña conclusión.]] Había recibido una carta de Francisco donde me pedía que lo visitara, aproveché mis vacaciones en la fábrica para hacerlo. Cuando llegué al paraje, los vecinos me dijeron que mi hermano había muerto. ”Su hermano murió hace dos meses Don”, dijeron. Luego acudí a la policía, el comisario me informó del suceso y un oficial de apellido Gutiérrez me condujo al cementerio. Una pobre cruz marcaba el sitio donde habían depositado a mi hermano; luego el oficial me llevó a la casa en que Francisco vivió y me ayudó a abrirla.
[[En la casa]]Antes de dejarme solo, el tal Gutiérrez me preguntó por cuanto tiempo me quedaría y si pensaba vender la propiedad; yo le respondí “no sé” a todas sus preguntas.
Revisé las cosas que componían el escaso mobiliario del recinto, cuatro paredes derrotadas por la inclemencia del clima y del tiempo, que mi hermano, seguramente, llamaba hogar.
[[Historia fragmentada]]Entre sus pertenencias, debajo de un montón de ropa sucia, hallé un cuaderno ajado, roto, al que le faltaban muchas páginas. Ciertamente, Francisco, se sentía solo y se acompañaba escribiendo.
Mi hermano no tenía amigos, nunca los tuvo en realidad, siempre fue solitario y huraño. Continuamente se acompañó con lecturas y cuando éramos niños, él llevaba un diario personal, que siempre quise leer y nunca pude porque lo ocultaba muy bien. Él decía que era un poeta frustrado.
Los párrafos que componían el cuaderno de notas de Francisco no tenían fechas y estaban llenos de tachaduras y algunos incompletos porque faltaban hojas o partes de ellas; pero pude ordenarlos porque las páginas estaban numeradas.
[[Fragmento 1]] [[Fragmento 2]] [[Fragmento 3]]
[[Distancias]]//“...que estaba detenido en el centro clandestino, donde me torturaron durante el proceso, sentí el dolor en todo el cuerpo y puede decirse que nuevamente bajé a los infiernos (ni Sábato puede describir lo indescriptible); hacía mucho que no soñaba con eso...”, escribía Francisco,”... pero antes de despertar tuve una alegría, vi a Martita y a Darío, me saludaban; mi hijo estaba vestido con el uniforme del ejército, con el que lo enterraron en Malvinas; y mi mujer, con su blusa rosa, el vestido gris que le regalé para nuestro aniversario, y su delantal, el que usaba en la cocina cuando había visita. Ahora me...”
“Sé que mi destino es la nada. ¿Pero ese no es el destino de todos?...”
////“Ayer, cuando cavaba el pozo, recordé a mis compañeros de la mina de Salta, la fiesta que me hicieron cuando me jubilé. Parece que mi vida, ahora, es cavar y recordar, cavar y recordar. Pero cavo porque busco, que no es lo mismo que cavar por trabajo...”////“Yo sé que en algún lugar voy a encontrarlo...”
“...enterrado por los españoles, que les fue robado a los indios durante la exploración del Chaco. Dicen que está en grandes vasijas de barro cocido, a una profundidad aproximada de dos metros, bueno eso decían mis compañeros en Salta, pero aquí, en “El Rincón del Diablo”, dicen que está a diez, yo no lo creo. Si yo tuviese que esconder algo, no lo enterraría a tanta profundidad.”//
Nuestra comunicación no era muy constante desde la muerte de nuestros padres.
Lo vi unos días cuando me enteré de la muerte de mi sobrino y luego en el velatorio de mi cuñada.
Yo nunca me casé. Solo puedo imaginar el dolor que debió sentir Francisco al perder a su familia, a la mujer que amó tanto y a la prolongación en el tiempo de su existencia, su único hijo. Uno siempre queda al filo de la locura después de eso.
Lo cierto es que, durante meses, y a veces por años, no nos veíamos, solamente una carta de vez en cuando me traía noticias de él.
[[Cartas]]
“//Vení hermano, te extraño mucho, vos sos más joven y podés hacer el viaje. Vení, te quedás unos días conmigo, vamos a cazar, a comer asado, a tomar mucho vino tinto como te gusta a vos, a recordar cuando éramos niños y de paso te cuento lo que estoy haciendo aquí, alejado de todo. Tengo una sorpresa, ni te la imaginás...”//, había escrito Francisco en su última carta, y a mí me parecía que escuchaba su voz tranquila y pausada.
Yo quería mucho a mi hermano, pero es cierto que le escribía poco. Por eso cuando recibí su carta desde el Chaco, provincia donde se había radicado después de su jubilación, me decidí y me puse en camino para verlo. Cuando llegué, me di cuenta que eso sería imposible.
[[Más fragmentos]]
//“Estoy cansado”, decía Francisco en su cuaderno de notas. ” Estoy cansado, he cavado mucho pero no encuentro nada. El detector de metales me dio una señal, pero nada. Seguramente habrá sido algún tipo de terreno mineralizado, o ferroso, o alguna vena de agua.”
“Encontré una hebilla a unos noventa centímetros de profundidad. Hice un pozo de tres metros y no hallé nada, pero estoy cerca, presiento que...”
“Le escribí a mi hermano una carta después...”//
[[Otros más]]//“Descubrí a dos hombres que husmeaban en los alrededores de mi casa, cuando me vieron se escondieron en el monte. Seguramente encontraron los pozos y deben sospechar algo. Para ellos tengo preparado mi veintidós largo; pozos para enterrar a esos malditos no me faltan...”, así escribía mi hermano en su cuaderno, que parece una bitácora de las que llevaban los exploradores en la conquista. La soledad puede enloquecer a los hombres.
“Encontré una planta de ñangapiry y estuve horas comiendo sus frutos. También traje una provisión para que me sirva de postre. Cuando volvía encontré un lugar muy sospechoso y el detector de metales me marcó, con una señal muy clara, el terreno. Mañana empiezo a cavar, quién sabe, quizás empieza a cambiar mi suerte y este sea el lugar que busco. Tengo que...”//
[[Soñador]]Mi hermano siempre fue un soñador, pero nunca creí que fuese supersticioso y menos que se dejara embaucar con esas historias de entierros. También creía que no era ambicioso.
[[Una advertencia]]
[[Rincón de furia]]//“...los malditos la destrozaron, para colmo pasé toda la tarde buscando la ropa que había tendido durante la siesta para que se secara, encontré mis calzoncillos arriba de un árbol y no creo que pueda bajarlos, estos malditos remolinos...”//Una siesta, sentí la furia de los remolinos del “Rincón del Diablo”, esos de los que hablaba mi hermano.
El viento que giraba, retorciendo polvo y pasto, se instaló sobre la casa y pretendió sacar el techo y derribar las paredes. En un momento sentí pánico porque el tiempo transcurría y el viento no cesaba, me oculté bajo la cama.
Esos minutos que pasé escondido cambiaron mi forma de pensar, no solo por la forma misteriosa en que desapareció el remolino, sino por lo que encontré debajo de la cama.
[[Roto]]Un párrafo del cuaderno de notas decía: //”Ya me contaron la historia de los remolinos. Los lugareños dicen que los hace el diablo con su cola. La verdad es que son unos remolinos del demonio. Dicen que en estos meses de verano es cuando atacan con más furia y aquí en esta pampa, en este claro rodeado de montes altos, en esta cuadra de terreno salobre al que todos llaman “El Rincón del Diablo”, es donde atacan con más fuerza. Algunos creen que es porque un conjuro indio los desata para que oculten...”//
[[Hombres misteriosos]]
[[El oro]]//“...otra vez esos hombres. Voy a hacer una trampa en el monte, por lo menos para que se asusten y me dejen tranquilo.”// Así termina otro párrafo incompleto al final de una hoja. Estoy seguro de que Francisco escribía lo que la soledad le dictaba. Se sentía triste e intentaba no volverse loco. Uno se puede volver loco cuando pasa mucho tiempo solo.
Se observaba que el piso estaba removido y luego vuelto a poner en su lugar, pero no tan prolijamente como para que uno no notara el trabajo.
Cuando el remolino se fue, decidí investigar. Corrí la cama y excavé. La tierra, debajo de los ladrillos que formaban el piso, estaba suelta. Cuando terminé de remover la tierra, se había formado un pozo rectangular con las dimensiones de la cama, por un metro de profundidad. En el fondo, de lo que parecía una tumba abierta, advertí un pequeño trozo de metal, lo extraje y lo observé detenidamente cuando me di cuente que era un brazalete de oro.
[[El otro Rincón del Diablo]]Recorriendo el campo pude observar el trabajo de Francisco. Pozos abiertos y pozos tapados, pozos por todas partes.
Mi hermano estaba obsesionado con el oro, yo creo que tenía eso que algunos llaman “fiebre del oro”. No creo que la codicia lo haya llevado a ese extremo, pero si la obsesión de descubrir; aquí mi hermano se sentía un pionero, un aventurero. A él siempre le gustó ese tipo de experiencias, por eso trabajó tantos años en las minas.
Pero no era el único obsesionado por el oro. Durante las semanas que pasé en “El Rincón del Diablo”, sentí una presencia constante, alguien observando todos mis movimientos, acechando constantemente. Esos fueron días de miedo, de esperar en las noches, armado, la entrada de algún extraño.
[[Caligrafía furiosa]]//“...los voy a cazar como a perros, ya encontré sus huellas, ya sé por donde pasan; donde andan y donde se ocultan. No me van a agarrar desprevenido. Sé cuáles son sus intenciones, pero como buscador, también sé donde ocultar las cosas. Estos palurdos no encontrarían un grano de maíz en una bolsa de arroz, ni...”;// en este fragmento, la caligrafía de Francisco, era furiosa. Yo sentía como si le temblara la voz.
[[Últimos días]]En uno de los últimos días que pasé en la casa de Francisco, me decidí a abandonar el lugar y a no intentar continuar con la búsqueda de mi hermano.
Yo salía del monte y veía la casa desde lejos, cuando en medio del salitral apareció un remolino. Los remolinos se forman como por arte de magia, aparecen así, de repente. Una ráfaga de viento raspa la superficie del terreno y de pronto, como un bailarín de plasma, el remolino se eleva, girando y girando.
Uno lo observa y no puede creer lo que ve; es extraño, hasta mágico. El remolino danza con su único pie y es imposible predecir sus movimientos.
[[El remolino]]Ese día el remolino embistió la casa, y digo que la embistió, porque el remolino apenas formado, se dirigió directamente al hogar de mi hermano y se detuvo sobre el techo. Ocultando y revolviendo la casa. No pude percibir en ese momento que cosas eran las que el viento había elevado, sólo pude distinguir algo de ropa, un trozo de cartón y un pedazo de metal, presumiblemente, un fragmento de chapa. Luego, como si nada, el remolino desapareció.
Cuando llegué a la casa, el caos se había apoderado de la parte exterior de ella. Nada estaba en su lugar, todo ocupaba un lugar distinto. La casa se había transformado en otra casa. Pude observar, ese día, los efectos de los remolinos desde el exterior. Pero lo más sorprendente fue ver aquel pedazo de metal laminado incrustado en la puerta.
[[El diablo]]Decidí vender el campo, conservar el brazalete y el cuaderno de notas. En la casa quedó todo: las palas, el pico, el detector de metales, la cama, algunos libros; todo.
Todavía llevo dentro de mi corazón la duda, no sé quién, no sé cuándo, quizás sé por qué y cómo, o tal vez estoy equivocado. El brazalete existe. ¿Habrá sido lo único que encontró Francisco?
Los remolinos son capaces de todo, lo he comprobado.
Tengo más dudas que certezas.
La soledad, la avaricia y la ambición suelen volver locos a los hombres; quizás deba agregar a ese lugar, “El Rincón del Diablo”, que también puede hacerlo.
“Su hermano era bueno, el pobre, pero a veces el que busca algo encuentra otra cosa, o no encuentra”. Con esas palabras me despidió Don Eulogio, y con su mirada fría, de invierno, y con sus manos sucias y arrugadas como de diablo.
[[Texto completo]](align:"=><=")+(box:"=XXXXXXXXXXXXXXXXXX=")[(text-colour:red)[El Rincón del Diablo]]
Don Eulogio, el dueño del almacén de ramos generales llamado “El Hachero”, me dijo que esa tarde Francisco entró por la puerta de su negocio, lleno de polvo y con una mirada blanca. Dijo que Francisco dio un paso, con el que traspuso el umbral de la puerta, para luego caer arrodillado y quedar tendido boca abajo en el piso.
La impresión que tuve de aquel lugar ha quedado grabada en mi memoria; el piso de ladrillos gastados, con sus bordes redondeados y húmedos; las ventanas y sus rejas oxidadas, los estantes amurados a las paredes, polvorientos; la luz tenue entre las sombras. Todo el clima del lugar era algo espectral. Cuando uno entraba, lo primero que veía era a Don Eulogio apoyado en el mostrador.
“Se lo digo a usted que es su hermano”, dijo Don Eulogio, “... yo lo conocí poco a Francisco, pero nunca supe que haya hecho enemigos o haya tenido problemas por aquí...”
“El pedazo de chapa le flameaba en la espalda, como una aleta de pescado”, me dijo,”... vino a caballo desde la casa hasta acá, casi dos kilómetros, con la chapa clavada en la espalda...”
“Después llegó la policía, y nada, dijeron que fue un accidente de trabajo... accidente de trabajo, ¡vamos...! ¿Cuándo se vio que alguien, trabajando, se clave un pedazo de chapa en la espalda?” Mientras decía esto, Don Eulogio estaba tenso y realizaba cambios en el volumen y en el tono de voz. Con su boina gris, su cabello canoso y sus arrugas parecía un retrato humorístico del invierno.
“A su hermano lo enterramos en el cementerio del pueblo, nosotros guardamos sus cosas y cerramos la casa; claro, como no sabíamos que tenía un hermano... Don Francisco era muy reservado, no hablaba mucho... Al caballo y a las siete vacas, se las llevó el comisario para pagar lo del entierro y los gastos administrativos...”
Subí al auto y dejé atrás el almacén “El Hachero” y a su propietario, para llegar luego a la casa de mi hermano, donde desde hacía tres días yo vivía y lo había llorado, recordándolo.
Había recibido una carta de Francisco donde me pedía que lo visitara, aproveché mis vacaciones en la fábrica para hacerlo. Cuando llegué al paraje, los vecinos me dijeron que mi hermano había muerto.”Su hermano murió hace dos meses Don”, dijeron. Luego acudí a la policía, el comisario me informó del suceso y un oficial de apellido Gutiérrez me condujo al cementerio. Una pobre cruz marcaba el sitio donde habían depositado a mi hermano; luego el oficial me llevó a la casa en que Francisco vivió y me ayudó a abrirla.
Antes de dejarme solo, el tal Gutiérrez me preguntó por cuanto tiempo me quedaría y si pensaba vender la propiedad; yo le respondí “no sé” a todas sus preguntas.
Revisé las cosas que componían el escaso mobiliario del recinto, cuatro paredes derrotadas por la inclemencia del clima y del tiempo, que mi hermano, seguramente, llamaba hogar.
Entre sus pertenencias, debajo de un montón de ropa sucia, hallé un cuaderno ajado, roto, al que le faltaban muchas páginas. Ciertamente, Francisco, se sentía solo y se acompañaba escribiendo.
Mi hermano no tenía amigos, nunca los tuvo en realidad, siempre fue solitario y huraño. Continuamente se acompañó con lecturas y cuando éramos niños, él llevaba un diario personal, que siempre quise leer y nunca pude porque lo ocultaba muy bien. Él decía que era un poeta frustrado.
Los párrafos que componían el cuaderno de notas de Francisco no tenían fechas y estaban llenos de tachaduras y algunos incompletos porque faltaban hojas o partes de ellas; pero pude ordenarlos porque las páginas estaban numeradas.
“...que estaba detenido en el centro clandestino, donde me torturaron durante el proceso, sentí el dolor en todo el cuerpo y puede decirse que nuevamente bajé a los infiernos (ni Sábato puede describir lo indescriptible); hacía mucho que no soñaba con eso...”, escribía Francisco,”... pero antes de despertar tuve una alegría, vi a Martita y a Darío, me saludaban; mi hijo estaba vestido con el uniforme del ejército, con el que lo enterraron en Malvinas; y mi mujer, con su blusa rosa, el vestido gris que le regalé para nuestro aniversario, y su delantal, el que usaba en la cocina cuando había visita. Ahora me...”
“Sé que mi destino es la nada. ¿Pero ese no es el destino de todos?...”
“Ayer, cuando cavaba el pozo, recordé a mis compañeros de la mina de Salta, la fiesta que me hicieron cuando me jubilé. Parece que mi vida, ahora, es cavar y recordar, cavar y recordar. Pero cavo porque busco, que no es lo mismo que cavar por trabajo...”
“Yo sé que en algún lugar voy a encontrar lo...”
“...enterrado por los españoles, que les fue robado a los indios durante la exploración del Chaco. Dicen que está en grandes vasijas de barro cocido, a una profundidad aproximada de dos metros, bueno eso decían mis compañeros en Salta, pero aquí, en “El Rincón del Diablo”, dicen que está a diez, yo no lo creo. Si yo tuviese que esconder algo, no lo enterraría a tanta profundidad.”
Nuestra comunicación no era muy constante desde la muerte de nuestros padres.
Lo vi unos días cuando me enteré de la muerte de mi sobrino y luego en el velatorio de mi cuñada.
Yo nunca me casé. Sólo puedo imaginar el dolor que debió sentir Francisco al perder a su familia, a la mujer que amó tanto y a la prolongación en el tiempo de su existencia, su único hijo. Uno siempre queda al filo de la locura después de eso.
Lo cierto es que, durante meses, y a veces por años, no nos veíamos, solamente una carta de vez en cuando me traía noticias de él.
“Vení hermano, te extraño mucho, vos sos más joven y podés hacer el viaje. Vení, te quedás unos días conmigo, vamos a cazar, a comer asado, a tomar mucho vino tinto como te gusta a vos, a recordar cuando éramos niños y de paso te cuento lo que estoy haciendo aquí, alejado de todo. Tengo una sorpresa, ni te la imaginás...”, había escrito Francisco en su última carta, y a mí me parecía que escuchaba su voz tranquila y pausada.
Yo quería mucho a mi hermano, pero es cierto que le escribía poco. Por eso cuando recibí su carta desde el Chaco, provincia donde se había radicado después de su jubilación, me decidí y me puse en camino para verlo. Cuando llegué, me di cuenta que eso sería imposible.
“Estoy cansado”, decía Francisco en su cuaderno de notas. ” Estoy cansado, he cavado mucho pero no encuentro nada. El detector de metales me dio una señal, pero nada. Seguramente habrá sido algún tipo de terreno mineralizado, o ferroso, o alguna vena de agua.”
“Encontré una hebilla a unos noventa centímetros de profundidad. Hice un pozo de tres metros y no hallé nada, pero estoy cerca, presiento que...”
“Le escribí a mi hermano una carta después...”
“Descubrí a dos hombres que husmeaban en los alrededores de mi casa, cuando me vieron se escondieron en el monte. Seguramente encontraron los pozos y deben sospechar algo. Para ellos tengo preparado mi veintidós largo; pozos para enterrar a esos malditos no me faltan...”, así escribía mi hermano en su cuaderno, que parece una bitácora de las que llevaban los exploradores en la conquista. La soledad puede enloquecer a los hombres.
“Encontré una planta de ñangapiry y estuve horas comiendo sus frutos. También traje una provisión para que me sirva de postre. Cuando volvía encontré un lugar muy sospechoso y el detector de metales me marcó, con una señal muy clara, el terreno. Mañana empiezo a cavar, quién sabe, quizás empieza a cambiar mi suerte y este sea el lugar que busco. Tengo que...”
Mi hermano siempre fue un soñador, pero nunca creí que fuese supersticioso y menos que se dejara embaucar con esas historias de entierros. También creía que no era ambicioso.
“...los malditos la destrozaron, para colmo pasé toda la tarde buscando la ropa que había tendido durante la siesta para que se secara, encontré mis calzoncillos arriba de un árbol y no creo que pueda bajarlos, estos malditos remolinos...”
Una siesta, sentí la furia de los remolinos del “Rincón del Diablo”, esos de los que hablaba mi hermano.
El viento que giraba, retorciendo polvo y pasto, se instaló sobre la casa y pretendió sacar el techo y derribar las paredes. En un momento sentí pánico porque el tiempo transcurría y el viento no cesaba, me oculté bajo la cama.
Esos minutos que pasé escondido cambiaron mi forma de pensar, no sólo por la forma misteriosa en que desapareció el remolino, sino por lo que encontré debajo de la cama.
Un párrafo del cuaderno de notas decía: ”Ya me contaron la historia de los remolinos. Los lugareños dicen que los hace el diablo con su cola. La verdad es que son unos remolinos del demonio. Dicen que en estos meses de verano es cuando atacan con más furia y aquí en esta pampa, en este claro rodeado de montes altos, en esta cuadra de terreno salobre al que todos llaman “El Rincón del Diablo”, es donde atacan con más fuerza. Algunos creen que es porque un conjuro indio los desata para que oculten...”
“...otra vez esos hombres. Voy a hacer una trampa en el monte, por lo menos para que se asusten y me dejen tranquilo.” Así termina otro párrafo incompleto al final de una hoja. Estoy seguro de que Francisco escribía lo que la soledad le dictaba. Se sentía triste e intentaba no volverse loco. Uno se puede volver loco cuando pasa mucho tiempo solo.
Se observaba que el piso estaba removido y luego vuelto a poner en su lugar, pero no tan prolijamente como para que uno no notara el trabajo.
Cuando el remolino se fue, decidí investigar. Corrí la cama y excavé. La tierra, debajo de los ladrillos que formaban el piso, estaba suelta. Cuando terminé de remover la tierra, se había formado un pozo rectangular con las dimensiones de la cama, por un metro de profundidad. En el fondo, de lo que parecía una tumba abierta, advertí un pequeño trozo de metal, lo extraje y lo observé detenidamente cuando me di cuente que era un brazalete de oro.
Recorriendo el campo pude observar el trabajo de Francisco. Pozos abiertos y pozos tapados, pozos por todas partes.
Mi hermano estaba obsesionado con el oro, yo creo que tenía eso que algunos llaman “fiebre del oro”. No creo que la codicia lo haya llevado a ese extremo, pero si la obsesión de descubrir; aquí mi hermano se sentía un pionero, un aventurero. A él siempre le gustó ese tipo de experiencias, por eso trabajó tantos años en las minas.
Pero no era el único obsesionado por el oro. Durante las semanas que pasé en “El Rincón del Diablo”, sentí una presencia constante, alguien observando todos mis movimientos, acechando constantemente. Esos fueron días de miedo, de esperar en las noches, armado, la entrada de algún extraño.
“...los voy a cazar como a perros, ya encontré sus huellas, ya sé por donde pasan; donde andan y donde se ocultan. No me van a agarrar desprevenido. Sé cuales son sus intenciones, pero como buscador, también sé donde ocultar las cosas. Estos palurdos no encontrarían un grano de maíz en una bolsa de arroz, ni...”; en este fragmento, la caligrafía de Francisco, era furiosa. Yo sentía como si le temblara la voz.
Uno de los últimos días que pasé en la casa de Francisco, me decidí a abandonar el lugar y a no intentar continuar con la búsqueda de mi hermano.
Yo salía del monte y veía la casa desde lejos, cuando en medio del salitral apareció un remolino. Los remolinos se forman como por arte de magia, aparecen así, de repente. Una ráfaga de viento raspa la superficie del terreno y de pronto, como un bailarín de plasma, el remolino se eleva, girando y girando.
Uno lo observa y no puede creer lo que ve; es extraño, hasta mágico. El remolino danza con su único pie y es imposible predecir sus movimientos.
Ese día el remolino embistió la casa, y digo que la embistió, porque el remolino apenas formado, se dirigió directamente al hogar de mi hermano y se detuvo sobre el techo. Ocultando y revolviendo la casa. No pude percibir en ese momento que cosas eran las que el viento había elevado, sólo pude distinguir algo de ropa, un trozo de cartón y un pedazo de metal, presumiblemente, un fragmento de chapa. Luego, como si nada, el remolino desapareció.
Cuando llegué a la casa, el caos se había apoderado de la parte exterior de ella. Nada estaba en su lugar, todo ocupaba un lugar distinto. La casa se había transformado en otra casa. Pude observar, ese día, los efectos de los remolinos desde el exterior. Pero lo más sorprendente fue ver aquel pedazo de metal laminado incrustado en la puerta.
Decidí vender el campo, conservar el brazalete y el cuaderno de notas. En la casa quedó todo: las palas, el pico, el detector de metales, la cama, algunos libros; todo.
Todavía llevo dentro de mi corazón la duda, no sé quién, no sé cuándo, quizás sé por qué y cómo, o tal vez estoy equivocado. El brazalete existe. ¿Habrá sido lo único que encontró Francisco?
Los remolinos son capaces de todo, lo he comprobado.
Tengo más dudas que certezas.
La soledad, la avaricia y la ambición suelen volver locos a los hombres; quizás deba agregar a ese lugar, “El Rincón del Diablo”, que también puede hacerlo.
“Su hermano era bueno, el pobre, pero a veces el que busca algo encuentra otra cosa, o no encuentra”.Con esas palabras me despidió Don Eulogio, y con su mirada fría, de invierno, y con sus manos sucias y arrugadas como de diablo.